miércoles, 30 de abril de 2014

De ruta entre chirimoyas, acantilados, volcanes y playas (Madeira III)

Ese 10 de marzo estábamos en Madeira. No llevábamos ni 24 horas en la isla y ya le habíamos pegado un buen meneo. Y es que teníamos que apurar al máximo nuestra estancia de cuatro noches y tres días para conocer al máximo esta isla que ya nos tenían encandilados. Tras la ruta por los acantilados volcánicos de San Lorenzo y la senda de Caldeirao Verde tocaba continuar con el viaje. Lo primero que hicimos fue acercarnos al pueblo de Faial para tomar algo después del paseo. Y por suerte allí nos encontramos con el festival de la chirimoya, con baile, atracciones y demás incluido.

A partir de este punto el viaje se vio en cierta medida determinado por el tiempo. La jornada siguiente se despertó más nublada, así que tuvimos que cambiar sobre la marcha el plan de ascender el pico más alto de Madeira. Tocaría realizar un intenso viaje por carretera para conocer los paisajes más llamativos de la isla. Pero vayamos por partes. Lo primero es la chirimoya de Faial.

Cuando llegamos a Faial la noche había caido y la fiesta comenzado

Aprovechamos para meter el dedo y conocer un poco más de cerca las fiestas en Madeira. Cenamos carne a la brasa en uno de los chiringos que había preparados para la ocasión. Y luego tuvimos tiempo de acercarnos al baile y de dar un paseo por las atracciones y el mercadillo. No faltó la cata de poncha, una especie de aguardiente con azucar y zumo de limón. Además también comprobamos in situ la manera más tradicional de cocinar carne en la isla: la espetada, trozos de vacuno ensartados en una vara de laurel.

La tradicional espetada, un gustazo para la vista, el olfato y el gusto

Tras el paseo y unas cuantas ponchas acordamos que era el momento de descansar. Así que regresamos al coche y emprendimos la búsqueda de un lugar tranquilo en el que pasar la noche. Lo encontramos a medio camino entre Faial y el lugar donde comienza la ruta al pico Ruivo, el más alto de la isla.

La mañana siguiente se despertó gris. Nos acercamos hasta el aparcamiento del Pico do Arieiro, más o menos en el centro de la isla. La idea era iniciar la ruta prevista, pero nos encontramos una espesa niebla que nos impidió llevar a cabo el recorrido. Nos quedamos con las ganas y con una excusa para regresar. Visto lo visto nos tocó trastocar los planes sobre la marcha. Cambiaríamos el pico más alto de la isla por una ruta en coche para conocer los paisajes y lugares más llamativos de la isla. Pusimos rumbo entonces al sur de la isla, y en concreto al Cabo Girao, considerado el acantilado más alto de Europa y el segundo del mundo..

Las vistas desde este lugar son ampliamente vertiginosas

 A 580 metros de altura la costa se ve de manera distinta

 Aquí también abundan las terrazas, signo claro de fuerte desnivel

Tras la visita a esta zona, muy concurrida por los turistas, continuamos ruta. Nos dirigimos entonces hacia el norte por la carretera ER104 en busca del puerto de la Encumeada. De camino disfrutamos de lo lindo de unos paisajes realmente sobrecogedores.

La vida en esta isla no debe de ser nada fácil

 Aunque la belleza natural que posee quizás haga más fáciles las dificultades orográficas

Ir hacia el norte de la isla no fue algo casual. Nos habían informado de unas grutas volcánicas situadas en San Vicente que se podía visitar. Es más, el lugar es hoy un centro de vulcanismo donde se explica la historia de la isla y su evolución. También existe mucha información sobre los volcanes y su actividad en el mundo. La verdad es que la visita a este lugar mereció la pena. Fue la manera perfecta de entender cómo habían surgido estas islas en el Atlántico y cómo posteriormente habían sido erosionadas.

Paseando por el interior de la tierra nos sentíamos un poco como Julio Verne

 El interior de uno de estos tubos por donde en su día manaba la lava

Tras la visita continuamos con la ruta por carrera. Una vez llegamos al final del valle de San Vicente tomamos dirección oeste, hacia Porto Moniz, otro enclave turístico de la isla conocido por su buen tiempo y sus piscinas naturales. De camino, a la altura de Seixal, hicimos unas cuantas paradas para descubrir lugares cargados de magia y magnetismo. Fue una manera de conocer la abrupta costa de Madeira.

El velo de la novia, una de las muchas cascadas que van al mar

 Panorámica de la costa norte de Madeira con el Atlántico azotando con fuerza

 Los islotes rocosos también son habituales en esta zona de la isla

 También nos llamó la atención las peculiares formas de la roca volcánica

 Formas que cobraban sentido tras la visita al centro de vulcanismo

 Tras la parada continuamos por carreteras pegadas al abismo y socavadas bajo la montaña

La jornada avanzaba sin tregua. Al llegar a Porto Moniz lo primero que hicimos fue comer unos bocatas. Y luego nos tomamos un café y dimos un paseo por este pueblo costero famoso por sus horas de sol y sus piscinas. Lo ideal hubiera sido darse un baño, pero las condiciones del mar tampoco estaban con nosotros. Así que nos conformamos con disfrutar del espectáculo marino antes de continuar con la ruta. Todavía nos quedaban unas horas de luz y había que apurar al máximo este día de carretera y manta.

Las piscinas de Porto Moniz, intratables por la marejada del Atlántico

 Las olas danzando frente a la costa de Porto Moniz, al noroeste de Madeira

 Seguimos ruta, ahora tocaba ascender a la zona alta de la isla

Ni que decir tiene que conducir por esta isla es una gozada, siempre y cuando te guste darle al volante. Las vistas son casi siempre increíbles. Abundan las curvas, contra curvas y demás. También son muy habituales los túneles en las carreteras principales, que por cierto son muy buenas. Eso si, las carreteras secundarias se las traen. Por poner un ejemplo, desde Porto Moniz subimos de nivel del mar a unos mil metros en apenas unos kilómetros. Eso si, las vistas desde las alturas merecieron la pena.

Un vistazo al suroeste de la isla con el mar enmarañado de nubes

 El entorno de las 25 Fontes, un paisaje que bien podría ser Escocia

En este punto hicimos una parada. Aquí comienza la ruta que lleva a las 25 fuentes, uno de los recorridos más transitados de la isla. Eran las cuatro de la tarde, así que nos tuvimos que quedar con las ganas una vez más. Hubiera sido mas que arriesgado iniciar este paseo de unos 12 kilómetros con tan pocas horas de luz por delante. Debatimos sobre las distintas opciones para finalizar el día y acabamos por coincidir en que lo mejor sería bajar hasta Calheta y luego buscar un lugar para dormir en la zona sur de la isla. A la mañana siguiente intentaríamos subir al Pico Ruivo por otra ruta, si el tiempo nos lo permitía, claro. Tras una bajada de infarto llegamos a Calheta y desde allí nos fuimos a Ponta do Sol.

Tras el obligatorio paseo por Ponta do Sol paramos en una terraza y apareció una procesión

 Vistas a la costa sur de Madeira desde el puerto de Ponta do Sol

 Tras la visita nos acercamos al núcleo de Ribeira Brava, donde disfrutamos del atardecer

 Un vistazo a la iglesia y el entorno de Ribeira Brava, donde finalmente cenamos

Tras la cena y los chupitos de rigor pensamos que lo mejor seria regresar a dormir a Ponta do Sol. Habíamos visto un aparcamiento en primera línea de playa que a buen seguro iba a hacer las delicias del Komando Gorteak. Así lo hicimos. Volvimos a Ponta do Sol, aparcamos y nos fuimos a dar un último paseo por el pueblo antes de acostarnos.

El entorno del puerto de Ponta do Sol, ahora ya con la noche cerrada a cal y canto

Aquella noche dormimos más que a gusto. Le íbamos pillando el truco al coche de alquiler y además nos habíamos dado una buena tunda de carretera. Antes de cerrar los ojos hicimos balance de una jornada intensa. No habíamos ascendido al pico Ruivo, pero habíamos disfrutado de los abruptos paisajes de esta isla. A la mañana siguiente tocaba madrugar. Estábamos a nada del último día completo en la isla.

1 comentario: