jueves, 22 de mayo de 2014

Prueba de vértigo en el Espiguete, Montaña Palentina

En septiembre de 2013 aprovechamos nuestra estancia vacacional en Valladolid para acercarnos hasta la Montaña Palentina. La idea era ascender el mítico Espiguete, que con sus 2451 metros de altura es una de las montañas más bellas y abruptas de la zona. Conscientes de su dureza, aunque quizás no del todo, madrugamos para evitar las horas de más calor. Al final las fuerzas justas y la sensación de vértigo nos impidieron hacer cumbre. Eso si, el recorrido que nos marcamos por la arista este fue de esos que dejan huella. Una montaña de esas a las que hay que volver si o si.

Sobre las diez de la mañana dejamos el coche en el aparcamiento de Pino Llano, a 1345 metros. Nos calzamos las botas y nos pusimos a caminar. Por delante más de mil metros de desnivel que nos iban a hacer sudar de lo lindo. El Espiguete es una de esas montañas que atraen pero que también retraen. Es una de las míticas de la cordillera pero no se deja doblegar facilmente. Vamos, que no es una montaña, es una montañaza. Con la teoría aprendida sólo quedaba la práctica.Al principio nuestros pasos siguieron la senda del Mazobre, que lleva hasta la cascada homónima. No tardamos en abandonar esta pista perfectamente señalizada para tomar un sendero en dirección al refugio de la cara norte del Espiguete.

Decimos adiós a la cómoda pista y buscamos el sendero hacia el refugio

No tardamos en comprender la magnitud de esta montaña totémica

 Un plano más corto de la cara norte del Espiguete, simplemente sobrecogedora

 El refugio libre del Espiguete, situado en la base norteña del pico

Sin mapa pero con muchas ganas de hacer cumbre fuimos buscando el lugar más apropiado para ascender. Desde el refugio intuimos una canal que nos llevaba hasta la cresta este, un recorrido aéreo pero marcado con hitos y sendero. Hasta allí nos encaminamos. Eso si, el fuerte desnivel para llegar a la cresta no nos lo puso fácil. A pesar de que subíamos por la sombra y apenas había calor, nos tocó sudar y tirar de oficio.

Un fuerte ascenso por un terreno nada cómodo

 Ganando altura con vistas a las Agujas de Cardaño al fondo

 Una vez en el inicio de la cresta, las panorámicas se multiplican a uno y otro lado

 Un vistazo hacia abajo, donde se ve la carretera junto a la que aparcamos el coche

 Siempre en ascenso al fondo intuímos la cumbre del Espiguete, o eso creíamos

 Tramo relativamente llevadero con una exquisita vista de la Montaña Palentina

  En algún que otro paso tocaba trepar y ayudarse con las manos para progresar

 Oteando lo ascendido: Curavacas entre la niebla, la carrtera en el fondo del valle 

 Todo lo que nos quedaba y más, la cumbre que se ve es la cima este, no el Espiguete

La ruta por la que ascendimos a esta montaña seguramente no sea la más asequible. Pero bueno, subir al Espiguete sea por donde sea supone siempre un gran esfuerzo. Hay que tener en cuenta que por lo menos vamos a tener que subir más de 1.100 metros de desnivel que luego habrá que bajar. La ruta, como os decía, es exigente por su desnivel. Pero también es complicada para aquellos que no están acostumbrados al vértigo y a las alturas. Tiene tramos realmente aéreos donde la caída a ambos lados es brutal. Además, para rematar, en la última parte del recorrido hay algún paso más técnico. La concentración es más que obligatoria ya que aquí no valen los descuidos. Aún así la ascensión por esta arista es muy transitada por su indudable belleza. Está bien señalizada con hitos.

Progresando por la aérea cresta del Espiguete, no apta para quienes sufren de vértigo

 Seguimos progresando, Curavacas al fondo y refugio del Espiguete abajo a la izquierda

 Un último esfuerzo antes de dar por finalizada nuestra ruta

 A escasos metros de la cumbre este (2443 m.) con el Espiguete alzándose al fondo

En este punto optamos por finalizar nuestra ruta de ascenso. Como suele suceder en todas las montañas, las cumbres siempre están más allá de lo que se piensa. Esto nos sucedió en el Espiguete y nos chafó nuestros planes. Llevábamos cerca de cuatro horas subiendo sin descanso y ver la cumbre tan lejos y a la vez tan cerca nos hizo desistir de la cumbre. Estábamos a escasos metros de la cumbre este y habíamos superado unos mil metros de desnivel en unos seis kilómetros de marcha. Habíamos sufrido durante el ascenso sobretodo por lo aéreo del recorrido. Y éramos conscientes de que todavía teníamos que bajar. Así que no podíamos apurar las fuerzas al máximo. Ahora, echando la vista atrás, nos damos cuenta de lo cerca que estábamos. Pero en fin, también tenemos la excusa perfecta para volver a esta mágica montaña.

La cumbre del Espiguete con el embalse de Riaño al fondo de la imagen

 Iniciando el descenso de las alturas, despacito, concentrados y con buena letra

 El refugio del Espiguete visto desde la arista este, desnivel y vértigo en la misma toma

 La cresta que habíamos ascendido vista durante la bajada

 Superado el tramo más vertiginoso todavía quedaba bajada por delante

 Durante el descenso la niebla se disipó y disfrutamos de otro grande: el Curavacas

Y al final vimos el aparcamiento allá a lo lejos y a lo abajo 

 Una vez en el coche nuestras piernas dieron muestras de cansancio por el esfuerzo realizado. Habíamos cubierto mil metros de subida y otros tantos de bajada. Vamos, como si hubiéramos estado subiendo escaleras de fuerte pendiente sin descanso y durante unas cuantas horas. A pesar de no haber alcanzado la cumbre estábamos más que satisfechos con la excursión realizada. Una de esas travesías aéreas que serán difíciles de olvidar. De regreso a Valladolid paramos para contemplar el Espiguete en todo su explendor. En un apartado de la carretera pudimos divisar todo el recorrido realizado por la arista este y lo cerca que habíamos tenido la cumbre.

Por la izquierda: Espiguete, Cumbre Este y arista llegando hasta el río, casi nada

Con un muy buen sabor de boca emprendimos el camino de regreso. En Velilla del Río Carrión nos tomamos la obligatoria caña. Y tras este breve descanso continuamos con el viaje en coche. Aquella noche si que dormimos a pierna suelta

sábado, 10 de mayo de 2014

Lisboa ~ Asturias a vista de pájaro

Para cerrar los capítulos sobre nuestro viaje a Madeira aprovecharé una serie de tomas que realice durante el vuelo de vuelta. Tuve la suerte de pillar ventana y la mala suerte de no pegar ojo durante el trayecto. Así que me tuve que entretener haciendo fotos desde las alturas. A pesar del incómodo y sucio cristal del avión, conseguí alguna que otra foto decente. Además, al llegar a Asturias nos encontramos la región cubierta de nieve. Todo un regalo de fin de viaje.

Iniciamos esta corta entrada de altos vuelos

 Los ríos portugueses apunto de desbordarse bajo nuestros pies

 Uno de los diversos pantanos que cruzamos de camino a Asturias

 Parque eólico y su entramado de caminos en una de las sierras portuguesas

 Una vez llegamos a la planicie el paisaje y los pueblos cambiaron de forma

 Las nubes cada vez ganando más importancia durante el trayecto

 La última parte del viaje transcurrió sobre las nubes

 Y al llegar a Asturias nos encontramos con esta estampa invernal a mediados de marzo

 Aún cerca de la costa la nieve hacía acto de presencia 

 La autovía cerca de Avilés, muy próximos al aterrizaje

Y una última toma aérea con el pico Gorfolí presidiendo el concejo de Illas

Hasta desde la terraza de casa pudimos disfrutar de la nieve caída

El vuelo fue el broche final a este viaje por Madeira que nos dejó completamente prendados de la isla. Uno de esos destinos a los que si es posible habrá que volver. Y con la misma intención. Nada de sol y playa, mejor caminar por senderos de volcán. Por bosques de laurisilva, por acantilados de vértigo. En fin, por un lugar natural y activo a más no poder.

viernes, 9 de mayo de 2014

Escala técnica en Lisboa, la vuelta a casa desde Madeira

Aquella jornada del 13 de marzo amanecimos en Funchal, la capital de Madeira. Pero allí pasamos poco tiempo. Nos tocó madrugar para ir hasta el aeropuerto. Nuestras estancia en la isla portuguesa tocaba a su fin. Pero antes de regresar a casa tendríamos que realizar una parada técnica en Lisboa. Nuestro avión hacia Asturias partía al día siguiente. Así que teníamos unas cuantas horas para disfrutar de la capital lusa. Allí pasamos esa última noche de estas mini vacaciones. La jornada, como siempre, fue intensa y no faltaron los paseos por esta urbe que ya conocíamos de un viaje anterior.

Lo primero que hicimos fue llegar desde el aeropuerto a la ciudad. Lo hicimos en metro y paramos en Chiado. Muy cerca teníamos nuestro albergue. Una vez allí, dejamos las mochilas en la habitación y partimos raudos a pasear por Lisboa, una capital que ya nos había cautivado durante nuestra primera visita. En esta ocasión el clásico recorrido por los lugares más turísticos lo cambiamos por un paseo sin rumbo que nos llevo a conocer barrios y calles llenas de encanto.

La plaza Luis Camoes vista desde nuestra habitación en Lisboa

 Otro vistazo aéreo antes de iniciar nuestro peculiar paseo por la urbe

 Lo primero fue merodear por la zona de Chiado, muy próxima a nuestro albuergue 

 Nuestros pasos no tardaron en llevarnos hasta el barrio alto, otro de los clásicos de Lisboa

 Conociendo las zonas más auténticas y menos visitadas de la ciudad

 Sin parar de caminar aparecimos en los alrededores de la Asamblea Pública, al fondo

 Antes de desfallecer hicimos un alto en el camino para recuperar fuerzas

 Disfrutando de la vida y el ritmo cotidiano de la ciudad

 Por momentos parecía que estábamos en San Francisco

El paseo por la ciudad estaba siendo muy interesante. A un paso tranquilo pero sin pausas estábamos conociendo una zona muy interesante y auténtica en la que apenas nos cruzamos con más turistas. La tarde, a pesar de que sólo habíamos comido unos pescaditos fritos a modo de tapa, avanzaba. Pero aún nos quedaban horas de luz para seguir disfrutando de Lisboa.

Uno de los típicos tranvías en la plaza del Comercio, centro histórico de la ciudad 

 Durante la visita a Lisboa no puede faltar un vistazo al rió Tajo, ya próximo al mar

 Y como estábamos por la zona, nos acercamos hasta el barrio de Alfama, otro de los clásicos

 Alfama, uno de los barrios más auténticos y recomendables

 Como en el anterior viaje no lo hicimos, entramos en la catedral

 Luces y sombras a la puerta de esta Sé de corte Románico tardío


Tras la catedral nos acercamos al modernista Elevador de Santa Justa 

 Como suele ser habitual, tampoco faltaron los reflejos

 Interior del elevador que nosotros evitamos gracias a las escaleras

Cuando nos quisimos dar cuenta la noche estaba ya encima de nosotros. En realidad estábamos cansados del viaje y del largo paseo por la ciudad. Así que acordamos buscar un lugar económico en el que cenar un plato del día. Después de la comilona dimos otro garbeo por el barrio alto. Allí la noche lisboeta nos volvió a sorprender. Y entre graffitis y conciertos de diversos estilos llegamos a la madrugada.

Las pintorescas y pintadas calles del barrio alto de Lisboa

 Tras un concierto de reggae, otro de jazz y uno mas de bossanova regresamos al albergue

Ni que decir tiene que aquella noche volvimos a caer rendidos. El cansancio acumulado hacía mella en nuestros cuerpos. Entre los conciertos y demás acabamos trasnochando más de normal. Así que una noche más dormimos poco. A la mañana siguiente tocaba madrugar para regresar a Asturias. De esta manera poníamos fin a nuestro periplo por Madeira con el bis de Lisboa. Todo un viaje en condiciones.